11.17.2016

Millenials y Generación Z y su apatía

Llegué un día a clase y les pregunté a los estudiantes si habían hecho las lecturas esperadas; era la pregunta clásica de cada semana, y la respuesta siempre era la misma: silencio. Repetí la pregunta, y de nuevo no hubo respuesta, si acaso un “no” tímido por aquí y por allá. Dos o tres manos se levantaron cuando pedí que levantará la mano quién hubiera leído algo. Sin más, les pedí (¿exigí?) a todos aquellos que no habían leído que recogieran sus cosas y se salieran del salón. Continuaría la clase sólo con aquellos que habían leído “algo”.

Eran tiempos diferentes pues ya no era yo profesor de tiempo completo. Sino que tenía otra responsabilidad y la clase que impartía era un complemento a mis actividades diarias. No lo hacía por razones monetarias, lo hacía por gusto. Por el gusto de la materia que impartía y por el gusto de dar clase. Esa clase, creo, fue la que peor impartí.

También eran tiempo diferentes para los alumnos. Casi todos los alumnos de ese día habían terminado prepa y comenzado la Universidad como marcan los cánones sociales. No eran más las generaciones de hace 10 años, cuando comencé a dar clases en la Universidad. Ya no eran aquellos alumnos que buscaban una segunda oportunidad en una Universidad nueva y sin prestigio. Ya no eran aquellos que sabían cómo era la vida laboral; que habían comenzado una carrera y la habían dejado trunca por un sin fin de razones; que habían sido rechazados de otras Universidades; que hacían sacrificios de todo tipo por continuar sus estudios. La mayoría de los alumnos de ese día eran de una situación económica, en general, mejor. Habían ingresado a la Universidad como primera opción, pues después de 10 años ésta ya tenía un prestigio ganado.

Conformé pasó el tiempo entre las generaciones, me di cuenta de otra cosa: la apatía crecía. Las ganas de aprender poco a poco se veían menos. Platicaba con los alumnos para saber que les gustaba, que les motivaba de lo que estudiaban. La mayoría no sabía. No había detalle, no había pasión. No había aprendizaje más allá de lo que se requería para pasar un examen. Y esa apatía era generalizada para la vida. No veía artistas, deportistas, hackers, filósofos, literatos, políticos, etc.
Aclaro, no fueron todos, pero sin la gran mayoría. Y me remito a los alumnos a los que les daba clase. Imposible generalizar más allá de ellos.

Mis puntos de comparación eran con las Universidades donde yo había sido estudiante: en México, Estados Unidos y Gran Bretaña. Otros tiempos, otras culturas y, puntos de vista muy parcial de acuerdo a lo que vi con ojos de estudiante. Y eso era algo que siempre me repetía: a lo mejor mi punto de vista no era el correcto y no hay derecho en comparar lo que hice y vi, con lo que hacen y veo de ellos.

Pero el momento que para mí marcó el punto crítico fue ese día que les pedí al 90% de estudiantes que salieran del salón. 30 de 33 alumnos abandonaron ese día el aula sin quejarse, sin decir nada. Agarraron sus cosas, se salieron y se quedaron a fuera. Punto.

No fue el hecho de no haber preparado la clase cómo yo esperaba que lo hicieran. Fue el hecho de no haber defendido sus derechos. No hubo propuestas, negociación, o enojo. Simplemente resignación.
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Ahora que Donald Trump ganó la presidencia de EUA, leí en un post de Facebook donde alguien publicaba, palabras más o menos: “Ahora todos son expertos y andan hablando sobre el triunfo de Trump”.

La política tiene acciones y consecuencias para todos. Seamos expertos o no. La democracia, cómo existe hoy, no exige un examen de conocimientos antes de emitir nuestro voto. No se requiere ser experto para vivir una decisión tomada por el gobierno. Para elegir al gobierno que tenemos lo hacemos en base a muchas razones, una pueda ser porque somos expertos en el tema, otra porque nos gusta la personalidad de la persona que nos pide el voto; y muchas otras. Pero la principal es la apatía.

No se necesita ser experto, y no se puede dejar la discusión nada más a los expertos. Todos tienen el derecho y la obligación de mostrar interés en aquellas fuerzas sociales que rigen nuestra vida. Lo único que no se puede tener es apatía.
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Si la apatía que yo vi de los Millenials y de la Generación Z en su formación académica, aquello a lo que se supone se quieran dedicar por el resto de sus vidas, es con la misma que enfrentan a la vida política se vuelve fácil entender porque las elecciones las ganan aquellos que conquistan el voto de las personas adultas, pero que sus decisiones implican directamente a los Millenials que no votaron.
Pasó en Brexit, pasó en EUA con Trump, y ha pasado un sin fin de ocasiones en México. Cambios a las leyes de jubilación y retiro que afectan a las generaciones que no votaron por apatía. Cambio a las leyes de educación que afectarán a los hijos de las generaciones que no votaron por apatía.
Una violencia que hoy nos desborda por decisiones políticas que se tomaron por personas elegidas por la apatía de hace 16 años.

No pueden seguir siendo apáticos. No es cierto que tienen que ser expertos, ni estar informados. Sólo tienen que dejar de ser apáticos, sólo tienen que mezclar sus pláticas de Xbox, PS4, películas y borracheras (supongo) con una descripción de lo que les pasa en su vida diaria, y una reflexión de porque estamos así. Desaterrar esa apatía, y las acciones llegarán en consecuencia.

Y no es la solución de Andrea Legarreta, de explicaciones fáciles entre un corte y el otro. Es simplemente dejar de ser apático. Es dejar de ser apáticos para exigirles a los medios dejar de dar noticias a medias y análisis parciales e incompletos; para exigirles a los maestros una mejor calidad de clases; para exigirles a sus compañeros más participación, más dedicación en los proyectos; para exigirle al funcionario público que haga su trabajo. Simplemente dejar la apatía.

Hoy México tiene el gobierno que se merece, y se lo merece por la apatía de la mayoría de los votantes jóvenes. Es hora de cambiarlo, si sólo dejamos esa apatía de lado.